Nunca creí en los milagros. Nací siendo galgo, siempre supe que mis posibilidades eran pocas. Crecí entre golpes y es lo que me ha seguido durante toda mi vida, si es que a eso se le pudo llamar vida.
He soportado hambre y frío…
Siempre sin una protesta, sin un aullido, eso sólo atraería más dolor. Conviví cada día con el miedo y la explotación por culpa de la velocidad de mis patas. Pronto el abandono invadió mi cuerpo.
Luego el hambre se apoderó de mi organismo y el ataque de otro perro hizo el resto. Era un cadáver agusanado ambulante. Un día tuve una oportunidad. Una oportunidad de huir, aunque no llegara lejos, porque mi cuerpo estaba tan limitado que apenas podía caminar. Pero escapé. Y morí. Dejé de sentir dolor. Dejé de sentir hambre. Dejé de sentir, sin más.
Entonces, amanecí en una camita blanda, sintiendo en mi espalda algo suave que nunca antes había experimentado. Abrí los ojos muy despacio, y vi personas que me observaban con algo que sí reconocí. Lástima. Pena. Dolor. Y algo que no pude identificar… calidez? amor? cómo era posible? ellos eran humanos, y yo un animal, cómo podían quererme?
Recordé que ya había muerto, y comprendí que lo que veía, era el cielo, mi recompensa por tanto sufrimiento injusto. Pero entonces, por qué me dolían mis heridas? Tal vez no era el cielo, quizá aún no había muerto, y aquello era el fruto de la última imaginación de mi mente moribunda. Traté de buscarle lógica, pero me rendí ante esa ilusión de ser querido y cuidado. Los humanos no paraban de entrar y salir. Me traían mantitas, comida rica que nunca antes había probado. Definitivamente aquello era el cielo!
Me envolvían entre sus brazos y me acunaban mientras sus lágrimas caían sobre mi rostro cansado. Cerré mis ojos, y me dormí entre el llanto silencioso que mi imaginación había creado. Sabía que nunca volvería a ver ese lugar.
Pero no fue así. De nuevo, me desperté en la misma cama mullida de mi sueño anterior. Los humanos seguían allí, pendientes de mis movimientos. Quise levantarme, pero mis huesos no respondían. Entonces uno de ellos se acercó con rapidez a mi lado, y me ayudó, mientras con voz entrecortada me susurró algo que jamás olvidaré. “Estás bien, estás vivo”.
Y la realidad me golpeó con tal dureza que apenas supe qué hacer. Me giré hacia esa voz que me consolaba y lamí sus manos. Ahora sé la verdad… ahora sé que en este mundo de horror y oscuridad hay personas anónimas que arrojan luz a vidas que como yo, ya se rindieron.
Ahora sé lo que es vivir. Ahora sé que seré feliz!
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