En ocasiones anteriores dijimos que el inicial asentamiento de Santiago del Baradero obedecía a una posición estratégica para aquel entonces. Pero esa estrategia cobra sentido en el marco de un proyecto. En términos generales -muy generales- podemos ubicar ese proyecto en el proceso de conquista y colonización de América, iniciado en 1492 por la Corona española. Los conquistadores que se embarcaron en la aventura ultramarina eran de un perfil social intermedio en España, hijos de hidalgos con pasado pastoril, con escasas posibilidades de alcanzar renombre y prestigio en una sociedad regida por las jerarquías, donde los lugares ocupados dentro de una comunidad eran prefigurados desde el nacimiento. Frente a esa situación, América se convirtió en la posibilidad de alcanzar el ascenso y el reconocimiento que resultaba negado en la Península ibérica.
Muchos de esos conquistadores que deseaban emprender el viaje ultramarino establecían una especie de contrato con el Rey, por el cual recibían la potestad de erigir territorios en América, gobernarlos, impartir justica sobre sus habitantes, administrarlos, de recolectar tributos, entre otras cosas. Gracias al famoso Tratado de Tordesillas, casi toda América (menos la costa atlántica de Brasil), lo descubierto y lo por descubrir, era dominio de los reyes españoles. Pero hacía falta incorporarlos de manera efectiva, con ocupación y con organización territorial y política. La potestad para hacer esto no la tenían todos los hombres que se embarcaban al Nuevo Mundo, sino algunos de ellos, que se los llamó, en un primer momento, “adelantados”. Éstos eran quienes hacían ese “contrato” con el Rey y, a su vez, quienes podían delegar esas competencias políticas en funcionarios menores que, generalmente, formaban parte de la hueste del conquistador adelantado. Una manera de establecer nuevos territorios y de ocupar el espacio fue por medio de mercedes de tierra a modo de premio a miembros de las huestes conquistadoras. De este modo, se tejía una compleja red de lealtades, clientelas, y una constante lucha por la distribución de ese poder. Estas luchas tuvieron su expresión en la formación de nuevos territorios y en la fundación de ciudades que, poco a poco, fueron extendiendo los alcances de la monarquía. Cada funcionario, en cada uno de los nuevos espacios que se fundaban, contaba con amplias facultades, ya que debían resolver una larga serie de asuntos en tiempos cortos, y de ellos dependía la conservación de los territorios.
Esta dinámica fundacional en América, si bien se incluye dentro del proceso de conquista direccionado desde España, respondía a intereses locales e inmediatos, y esto era lo que animaba el accionar de quienes llevaban a cabo la colonización y la construcción de territorios en América. Aquellos españoles e hispano-criollos que, al servicio de la Corona, se encargaron de construir territorios según lo dispuesto por las leyes castellanas no eran para improvisados, sino que intentaron llevar a la práctica sus propios proyectos políticos que respondían a los intereses de un grupo concreto. Y a partir de acá empezamos a hablar en términos particulares del proyecto dentro del cual se entiende el origen de la reducción de indios en Baradero.
Hacia las últimas décadas del siglo XVI se comenzó a desplegar un proyecto político desde el cabildo de la joven ciudad de Asunción, encabezado por los Ortíz de Zárate, una familia con título de adelantado que fue desplazada -producto de las mencionadas luchas entre conquistadores- del poder político en el Perú. Comenzaron su despliegue con la idea de fundar una ciudad río abajo, sobre el Paraná, con el propósito de conectar con una salida atlántica vía fluvial y con el Perú vía terrestre. Una buena cantidad de jóvenes mestizos fueron enrolados como hueste para fundar esa ciudad río abajo al mando del vizcaíno Juan de Garay y, de ese modo, extender la jurisdicción asunceña. El plan se concretó en 1573, con la fundación de Santa Fe sobre el río que hoy conocemos como San Javier. La segunda y definitiva fundación de Buenos Aires, en 1580, también formaba parte de este proyecto liderado por Juan de Garay.
En 1564, en el corazón de ese proyecto asunceño, nació Hernando Arias de Saavedra, hijo del andaluz Martín Suárez de Toledo y Saavedra, un oficial al mando del adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con quien viajó a América en 1542, y de Mencia Calderón Ocampo, hija de españoles, pero nacida en Nueva Castilla. Hernandarias hizo su carrera militar y política al abrigo de Juan de Garay, de quien era yerno, al haber contraído matrimonio con su hija Jerónima. En las familias españolas de este periodo, el lazo de parentesco resultaba crucial para forjar una carrera, sea militar, política o económica. Además, un yerno podía comportar el mismo arraigo familiar que un hijo.
Hernandarias se incorporó tempranamente a las huestes de Garay que pretendían extender la jurisdicción de Asunción hacia el Sur. Durante ese periodo, ejerció en dos ocasiones como teniente de gobernador, entre 1592 y 1597, y cuatro veces fue gobernador del Río de la Plata, entre 1598 y 1617. Desde sus primeros mandatos como gobernador, Hernandarias comenzó a diagramar una política tendiente a ordenar el poblamiento del espacio ubicado entre Buenos Aires, Santa Fe y Asunción. Para ello, debía atender a la principal preocupación, a ojos de los españoles, que era la gran cantidad de presencia indígena.
Siendo gobernador, en 1603 asistió a un Sínodo episcopal en Asunción, al cual acudieron obispos, clérigos y misioneros religiosos de la provincia del Paraguay para planificar el despliegue de la labor evangelizadora. Luego de esto, redactó Ordenanzas para el gobierno, doctrina y buen trato de los naturales (como se denominaba a los nativos de América), y las mandó a pregonar en cada una de las ciudades de su jurisdicción. En treinta y un artículos insistía en que los indios eran súbditos de la Corona tal como los españoles, con las mismas obligaciones, y recomendaba reducirlos (agruparlos de manera ordenada en ciertos territorios) en “partes y lugares cómodos, con tierras, aguadas, montes y todo lo necesario para su conservación”. Hernandarias se hacía eco de las varias quejas por parte de otros españoles sobre la dificultad que representaba sujetar a los indios de esta región, que se encontraban dispersos y que presentaban graves peligros a los viajantes.
Al mismo tiempo, iniciaba la exploración de ríos intermedios entre Buenos Aires, que cada vez cobraba mayor importancia y crecimiento, y Asunción. El motivo era doble: conocer el espacio para poder asentar a los grupos indígenas en sitios aceptables y asegurar la navegación y la comunicación entre las ciudades y, por otro lado, fortalecer el control sobre los ríos de las cercanías a Buenos Aires, ya que comprometía los intereses de la Corona. Se pensaba que la amenazante presencia de buques corsarios holandeses y franceses podía utilizar y aprovechar dichos canales para introducirse de manera clandestina (junto con sus mercancías) en territorio español. De hecho, unos años antes había sido apresado en Buenos Aires el pirata inglés John Drake, primo del famoso Francis.
Con ese diagnóstico, en 1609, Hernandarias le solicitó al rey Felipe III el aval para reducir a los indios de su jurisdicción, especialmente aquellos que habitaban en las inmediaciones de los cursos fluviales. No obstante, al año siguiente Hernandarias dejó el cargo de gobernador, que fue asumido por Diego Marín Negrón, y pasó a ocupar un cargo de mucho menor prestigio, llamado Protector de Naturales, que se encargaba de respaldar a los indios en sus asuntos y de mediar entre éstos y los españoles. Un cargo sin prestigio, pero redituable en términos prácticos para Hernandarias y su proyecto político, ya que le permitía conocer con mayor profundidad las formas de organización social y política de los grupos indígenas, así como los usos de los espacios por parte de aquellos, y posibilitó, seguramente, generar vínculos cercanos con algunos de sus líderes o jefes comunales.
De este modo, a partir de 1615, cuando retomó el puesto de gobernador, Hernandarias se sirvió de aquella experiencia con los naturales y pudo concretar su proyecto de reducir parcialidades indígenas de su jurisdicción en sitios propicios. El acto de reducir implicaba evitar la dispersión de los indios e introducirlos en una vida católica y políticamente hispana, además de facilitar así la fuerza de trabajo nativa en provecho de los españoles e hispano-criollos. También es cierto que puso el acento en el “buen gobierno de los indios”, ante lo cual muchos de ellos destacaban el trato benévolo de Hernandarias a diferencia de otros gobernadores. En 1616 redactó un informe para el Rey en el cual expresaba que, por ejemplo, el riacho del Baradero “quedaba navegable y con comodidades por estar reducidos los indios en su rivera”, resaltando la poca seguridad que hasta entonces había.
El proyecto político que encarnaba Hernandarias apostaba al poblamiento organizado de la franja litoral que conectaba Asunción con el estuario del Río de la Plata. Pero, para el éxito de esta empresa, era necesaria la pacificación de los nativos. No era suficiente amedrentarlos mediante la violencia, ya que eran una enorme mayoría, por lo que la solución que esgrimió Hernandarias fue negociar con algunos jefes de esos grupos de indios, asentarlos, garantizarles seguridad y, como contrapartida, darles herramientas jurídicas y políticas para su conservación.
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