Son las 8 de la mañana cuando Antonella Avallone dobla por Venezuela y toma San José, en el barrio porteño de Monserrat. Va de la mano de Alexis, su pareja, apurando el paso en dirección a Avenida de Mayo. Hace cuatro meses, seguro hubieran frenado el carro para cargar las cajas de cartón desarmadas que están sobre la vereda. Pero pasan al lado sin registrarlas. Ya no necesitan hacerlo. Ya no empujan un carro.
Como nunca antes le había pasado, el trabajo de Antonella es bajo techo y ocurre en el mismo lugar todos los días. Desde que dejó de cartonear, puede arreglarse el pelo y, por primera vez en la vida, hacerse las uñas. En 2016, cuando ella tenía 11, un cronista de LA NACION la descubrió haciendo la tarea de la escuela mientras, a su lado, sus padres pedían monedas. La familia vivía en la calle. Y ella contaba que soñaba con ser peluquera.
Aquella nota generó un aluvión de ayuda y hasta la posibilidad de que le prestaran una casa. Pero el sueño duró poco y volvieron a la calle. Sus papás se separaron y Antonella, que ahora tiene 18 años, vivió en donde pudo: un poco con su mamá y otro poco con otras mujeres, a las que conoció bailando murga y a las que considera sus mamás del corazón. Siempre intentó sostener sus estudios. Lo hizo todo lo que pudo, pero no alcanzó. Le faltaba un año y medio para terminar el secundario cuando tuvo que elegir entre estudiar o comer.
Ahora, Antonella es una más del montón cuando toma el subte en la estación San José de la línea A en dirección a Once. Nadie la mira con recelo. Justamente en Once queda la escuela a la que irá el año que viene para terminar el secundario. Se le ilumina la cara cuando cuenta que ya está inscripta. Es una de las condiciones que le puso Horacio, su jefe, para conservar el trabajo. La otra es que, una vez que termine sus estudios, elija una carrera para seguir estudiando. Le prometió que se la va a pagar.
Horacio García Rebaque, su empleador desde hace casi tres meses, es el presidente de SCIS, una empresa gerenciadora de servicios de salud. A mediados de este año, supo de Antonella por otra nota, esta vez en TN. La pescó de casualidad, en el cable, mientras una madrugada intentaba matar el insomnio: muestra a Anto asomándose a volquetes y contenedores en busca de cartones, papeles y otros materiales con valor de reventa. Lleva una campera roja que dice “Egresados 2017″. Y pide una segunda oportunidad.
La primera sensación que tuvo Antonella cuando recibió el mensaje de una tal Natalia que le decía que su jefe le quería dar trabajo fue de incredulidad. La siguiente sensación que tuvo Antonella cuando supo en qué consistía el trabajo fue miedo.
En aquellos primeros días fue fundamental poder apoyarse con Alexis, que también fue contratado como empleado administrativo.
Horacio explica cómo se decidió a incorporar a ambos: “Después de la primera entrevista, Natalia me dice: ‘Son dos’. Realmente entendí que no podía darle la oportunidad sólo a ella y dejar que él siguiera trabajando en la calle”. El empresario sabe del poder de las oportunidades.