Opinión: La necesidad de creer
Una de las inclinaciones primarias del ser humano es la necesidad de creer, en todos los órdenes de la vida.
Julia Kristeva señala que se trata de una necesidad de carácter, incluso, prerreligioso. De esa necesidad de creer vive y se nutre la política, por supuesto. Pero en la Argentina se da una extraña paradoja: nuestro pueblo ha desarrollado un alto grado de cinismo, y de falta de creencia en la política, un justificado y extremo escepticismo nacido de frustraciones permanentes. Sin embargo, simultáneamente, es capaz de darle todo el poder a una sola persona, tomando con ello los riesgos institucionales y biológicos que tal situación implica. La paradoja de no creer, pero de apostar todo a una sola instancia acaso se deba, justamente, a que hemos sido desengañados una y otra vez. Uno de los peligros materializados de la Tierra arrasada posterior a 2001 ha sido, entonces, la inclinación a entregarse demasiado a algo. Nos sucede como al jugador al que le va mal en sucesivas apuestas, se va quedando sin recursos, y apuesta todas sus fichas a un solo número, buscando un golpe de suerte.
Y así como la gente ama la posibilidad de tener algo como ideal, detesta la verificación de las cosas. La verificación supone siempre una forma profunda de desencanto, aunque entrañe realidad. De allí que se vote a aquellos que sabemos que nos mienten o que pese menos la corrupción presente que las promesas de futuro. Véase también de manera más genérica, dentro de esta psicología, lo ocurrido en el caso Wikileaks, que reveló durante meses miles de documentos confidenciales. Esas filtraciones, más allá de que fueran verdaderas, resultaron antipáticas para todo el mundo y Wikileaks está siendo ahora ahogado por una combinación de bloqueo financiero y de desinterés de los medios de comunicación y de la gente por su destino. De hecho, los destituidores de la creencia despiertan hostilidad, como ocurre desde el principio de los tiempos, desde Sócrates en adelante. Todo lo que violenta la necesidad primaria de creer, en cualquier ámbito, despierta un deseo irrefrenable de hacer beber la cicuta.
Pero lo ideal es entrelazar la necesidad de creer con la necesidad de mantener cierto escepticismo, una mezcla de dosis fluctuantes y nunca extremas. Porque así como del escepticismo puro se sale, como queda demostrado en nuestra historia reciente, por su reversión brutal, también de la creencia extrema se sale con una frustración que opera como caldo de cultivo para que se genere un nuevo extremo. Por eso son sabios los resultados electorales que otorgan el poder pero lo limitan fuertemente, y nunca aquellos que delegan todas las funciones y se entregan en manos de una sola persona. La necesidad de creer, junto con la posibilidad de hacerlo, carece de conflicto. Es la colisión entre la necesidad de creer y la imposibilidad de hacerlo lo que engendra efectos de alcances peligrosos e imprevisibles. Y es lo que parece signar secretamente nuestra historia reciente.
Por Enrique Valiente Noailles
