Opinión: La revalorización del debate

(Por Enrique Valiente Noailles).- Fue muy interesante el debate llevado a cabo en el programa de 6,7,8 al que asistió Beatriz Sarlo, tanto por su impacto como por su contenido. En relación a lo primero, se propagó de manera explosiva en los medios de comunicación, cosa que lleva a preguntar: ¿por qué concitó tanto interés? A mano existe la mera lectura pugilística del evento: siete personas luchando conceptualmente contra una.

Aunque la realidad demostró que, si fue un choque asimétrico en cantidad, lo fue también en calidad, porque Sarlo sobresalió con toda claridad. Pero el eco que despertó el evento demuestra también cierta hambre por la circulación de ideas en una sociedad cuyo debate está en estado vegetativo. A la vez, fue la evidencia del gozo profundo que produce el desafío al poder y al pensamiento hegemónico, venga éste de donde venga. En este caso, se trató de la ruptura de un circuito cerrado, de la irrupción de la diferencia en la tautología. Pero la gente se sintió atrapada también por la posibilidad de un intercambio entre ámbitos que no se hablan ni se escuchan desde hace tiempo.

En términos de contenido, fueron particularmente cautivantes dos cuestiones: la noción de recorte y construcción de la realidad y la influencia de los medios de comunicación. Claro que el recorte de la realidad es, en primer lugar, siempre constitutivo. Existen tijeras que recortan de antemano nuestro lenguaje y nuestras categorías de comprensión del mundo: son aquellas que nos llevan a ser hablados en el mismo momento que hablamos. Pero también existe el recorte consciente de la realidad, que puede ser de buena fe, cuando sólo está limitado por su propio alcance o por su propio “obstáculo epistemológico”, dicho en términos de Bachelard, o de mala fe, cuando la construcción de la realidad es editada para que sólo refleje un aspecto de ella. Lo concreto es que el país está absolutamente empantanado en este tipo de mala fe, que ha llevado al Gobierno y propagandistas a sostener posturas cínicas y descaradas, y a algunas de sus formas opositoras, a perder buena parte de su credibilidad.

Se discutió también acerca de los medios como instrumentos generadores de contenidos y “sentidos hegemónicos”. Este contrapunto recuerda, en cierta medida, las posiciones de Horkheimer y Adorno, que pensaban en medios con un poder homologador de la sociedad, frente a una posición más cercana a la de Vattimo, que sostenía que los medios de comunicación concluían los grandes relatos a la vez que imposibilitaban la concepción de un punto de vista único. El debate sirvió para esto último, para recordar la necesidad de una respetuosa multiplicidad de puntos de vista en una comunidad. Lo amenazante para las ideas propias no son las ajenas, sino la incapacidad de sentir, frente a ellas, alguna forma de extrañamiento que obligue cada tanto a repensarlas. Efectivamente, lo destacable de este evento fue acentuar el valor del debate de ideas, práctica que sería fantástico que adoptaran también los futuros candidatos a presidente.