María creyó, cuando le tocó en suerte su vivienda en el Barrio Plan Federal, que se terminaban sus peripecias. Por años, junto a su hijo, peregrinó por distintas casas pagando alquileres con el dinero que ganaba esforzadamente con su trabajo de empleada doméstica.

Se instaló en la casita de calle Antonio Chalá hace algún tiempo y entonces, cuando creía que la tranquilidad la acompañaría, empezaron algunos problemas con ciertos vecinos. María tiene una figura esbelta y, al parecer, eso despertó algunos resquemores y comenzó a ser acosada de palabra. Cada vez que salía de su casa a la vereda o a la calle, tenía que escuchar alguna palabra dirigida a ella, por lo general una grosería.

María vive con su hijo y la situación, a todas luces tensa, le fue creando un estado de nerviosismo permanente que la llevaron a necesitar, tras la consulta médica correspondiente, tratamiento con fármacos.

Las cosas fueron empeorando y hace unos días, luego de que un perro de la vecindad apareciera muerto, sus dueños se presentaron en la casa de María acusando a su hijo de ser el causante de la muerte del animal. De acuerdo a testimonios irrefutables, la acusación es caprichosa, ya que el joven acusado, durante la noche que acontecieron los hechos durmió en casa de una tía y no en el barrio.

Esta razón contundente no fue atendida por los dueños del animal, que la emprendieron a los piedrazos contra paredes y techo de la casa y a los golpes con María, en cuyo rostro le han quedado secuelas imborrables. Una clara demostración de que las cuestiones van mucho más allá de la muerte del can.

Hay denuncias de todo lo sucedido, tanto en la oficina del fiscal como ante las autoridades policiales. Se han hecho pericias médicas y psiquiátricas. Se está ante una muy grave situación en la que el accionar policial y de la justicia deberá ser cuidadoso y efectivo, ya que el estado de cosas puede derivar en hechos que tengamos que lamentar.

La policía haciendo peritajes en la casa apedreada.