Por Silvana Melo (APe).- El filo del desnivel corta a la Argentina por la mitad, la cruza por transversales y diagonales y traza la desigualdad en líneas dislocadas. Los fríos de julio quitan brutalmente los disfraces, vacían de sentido los discursos y esparcen para quien quiera verlos a los muertos por hipotermia o por respirar cualquier veneno que pueda arrimar un suspiro de calor.
La geografía de lo injusto tiene asimetrías inexorables. La riqueza se concentra en el ombligo del país, se derrama hacia el sur y deja escapar migajas hacia el norte en destierro. En la ventura abdominal del país, la riqueza suele insolentarse con sus víctimas. Centenares de miles de exiliados que drena el norte desde los sótanos de la historia se apilan en los arrabales. Basurales de lo que no encaja en una lógica de país finamente calculada para pocos. Heridas en gangrena frente a las rejas residenciales.
La mitad del país vive en situación de pobreza o araña –con intermitencias- la línea abstracta que deposita a la gente de un lado o del otro. Una especie de trópico caprichoso cuyo cruce determina la desgracia o el bienestar. La consultora Equis, de un Artemio López insospechable de opositor furibundo, contradice la fantasía idílica del Indec para calcular que la pobreza incluye al 20,7 por ciento de la población activa y define en peligro a un 30,4% que se ubica en un límite desesperante. Al borde abismal.
El invierno es un puñal de obsidiana para los pobres. Y para el dibujo de país que trazan los oficialismos, oficialistas de sí mismos. Un puñal de sacrificios, que arranca el corazón y lo expone, latido, sangre y exceso, tal como es.
Santiago, de dos años y medio, murió desnutrido en Panamá. Once niños se envenenaron con el carboncito del brasero, calorcito estafador cuando el filo de la helada se mete por el techo desguazado o las chapas desiguales. Lara, de dos meses, en Chilecito. Otros se incendiaron con las mismas llamas nobles que corrían el frío. Pero trajeron la muerte. Dos chiquitas de 2 y 3 años en Constitución. La calle no tiene techo y no hay chances para los que se quedan afuera. A catorce se les acabó la vida por hipotermia. Alberto Pérez Díaz, de 35 años, en la Plaza Independencia de Mendoza. Donde el Gobierno reconoció que no hay refugios para los destechados.
Las asimetrías suelen ser indolentes. La belleza y el barro. El estadio fastuoso y la casita de chapas y nailon. Los trece niños muertos por desnutrición y la foto del Gobernador quitada a último momento de la tapa de los manuales. La Salta en la cima de las provincias con menor calidad de vida –por debajo de Jujuy y Santiago del Estero, según el Conicet- y Juan Manuel Urtubey re-entronado por más del 50% de los votos. La Misiones con seis mil niños desnutridos y casi 300 muertos en 2010. La más pobre del país. Y Maurice Closs re-entronado con casi el 80 %.
En la Buenos Aires profunda, a la que no se le va la vida en las lealtades humillantes del Gobernador, a la que no le asoma ni apenas una sonrisa irónica cuando Mario Ishi sueña con transpolar la pobreza y la marginación de su José C. Paz a toda la provincia, los pibes fatigan su presente continuo sin vestigios de futuro. El 40 por ciento de los que tienen de 15 a 19 transitan la vida en intemperie e incertidumbre. Centenares de miles de chicos no vieron trabajar a sus referentes familiares y perdieron a muchos de ellos en el camino. No hay escuela. No hay trabajo. Las drogas como herramienta exclusora y el paco como aniquilador invaden los barrios y talan vidas para las que no hay nada por delante.
El frío quita máscaras y mata. Torna visible lo que no está. Lo que no es. Lo que no detuvo el cedazo. Pero que siempre regresa, más temprano que tarde. Cuando vuelve como desde la historia a reclamar lo que fue suyo. O cuando viene la muerte que exhibe el cuerpo y delata.
Como Jeremías, helado de frío en Pilar, sin siquiera un fueguito donde acercar las manos y una olla donde hierva la leche. A los 16 ya están los brazos fuertes. Y la temeridad en la frente. Cortó las redes del alambrado y entró al aserradero. Toneladas de leña dormida y tanto frío. Tanto frío en las piernas y en los huesos. Eligió lo que pudo y llenó el hueco entre los brazos. El disparo le encendió un fuego en la cabeza. Sintió el calor, por fin, en la noche helada. Cayó de espaldas, ya sin aliento. Con los tronquitos aferrados todavía. El arma del dueño de las leñas también ardía. Aunque el amanecer todavía estaba lejos. Tan lejos como hoy.