Por Alfredo Grande (APe).- La suerte no está echada. Einstein dijo que Dios no jugaba a los dados, pero la partidocracia juega a las encuestas. La forma mediática de los dados. En la Ciudad que se creía autónoma de Buenos Aires, la elección se nacionalizó por el lado del oficialismo nacional y se nazionalizó por el lado del oficialismo porteño. Por eso el mandato de la hora de la urnas es: polarizar. No por el frío polar que sigue matando, sino como residuo del pensamiento platónico binarista. Si logramos que elijan entre dos, la diversidad, la diferencia, todo el coro de intelectuales que claman por la incertidumbre, la otredad, la líquida modernidad, será acotado a una sola opción: “¿A quien querés más: a Daniel o a Mauricio? O quizá, en el plano inclinado del erotismo lánguido de las democracias pasteurizadas y gerencialas: “¿Quién es el mal menor?”
Ya no importa si se gana por amor o por espanto. Lo que importa es ganar, en la búsqueda frenética del balotaje, donde entonces aquellos que no lograron entrar en él, tengan la trágica tarea de la decisión final. Fabiana Ríos perdió por 9 puntos, y ganó el balotaje. Por poquito. Pero en estos tiempos, un poquito por acá, un poquito por allá, otro más poquito por La Rioja, suma. Y sabemos que esta victoria si es la del frente, solo tendrá una dueña. Y si la victoria es Pro, solo tendrá un dueño. Ella y Él deciden listas, candidatos, alianzas, quién entra y quién sale. Y es lamentable esta coincidencia justamente porque no son lo mismo.
Pero tampoco la centro derecha y el retroprogresismo son tan diferentes. Justamente porque en situaciones límite, para ambas tendencias la derecha quedará en el centro. Los poderosos que no son tan poderosos como para arrasar en primera vuelta, suplican entrar en la segunda. Los menos poderosos también quieren una segunda oportunidad, porque saben que en la primera bailarán con la más fea. O quizá ni siquiera puedan bailar ni un minué ni una lambada. Lo mas curioso es que el balotaje fue un invento de Agustín Lanusse para impedir el triunfo del “tío” Héctor Cámpora. Convencido de que no ganaría por más del 50%, pensó, por decirlo de alguna manera, que entonces la segunda vueltita le daría el triunfo al Paco Manrique y cuando éste se bajó, siguió pensando (ya dije que es para decirlo de alguna manera) e inventó al “presidente joven” Ezequiel Martínez.
El cantito de la época remataba: “Cámpora y Solano Lima, soldados del Frente y de Perón!”. Por lo tanto no creo que el balotaje sea una herramienta apta para legitimar mayorías. Es cultivo de pactos perversos y de especulaciones espurias. Adormece la convicción ciudadana de votar por el amor y propicia despertarse por el espanto. La lucha contra el Goliath del bipartidismo es necesaria, porque la nueva ley de partidos políticos tiende a construir monopolios partidarios, mas allá de cuántas cabezas visibles esos monopolios tengan. Las internas abiertas están preparadas para degüello seco de candidatos, y por lo tanto aumentar el poder de las internas cerradas. No es poca cosa que si el voto es anónimo, mucho más anónimos son los candidatos.
Excepto los que están en pole position, el resto transcurre casi en la clandestinidad. Además, con la soberbia derechoide de que el número 1 no debate con el 3, el 2 no debate con el 6, y entonces me urge reclamar que se recupere a la asamblea del año XIII que abolió los títulos de nobleza. Porque lo peor del bipartidismo es que restituye las castas que pactan, por sobre las clases que luchan. En esa trampa los mismos nobles pueden caer y entonces son los golpes de Estado que en su evolución macabra terminaron en exterminios genocidas. Sin embargo, las cifras de lo fácil que es el gatillo para las fuerzas de inseguridad, es apabullante. Las secuestradas por la mafia de la prostitución tienen el penoso beneficio de que la Presidenta ha prohibido por decreto los avisos. Pero sabemos que en la cultura represora, la gobernabilidad exige en forma simultanea dar pasitos para adelante y pasitos para atrás. La ley sobre las reformas a la ley de trata, sigue detenida en el Congreso.
Supongo que alguien dirá el porqué. Pero otro de los efectos de la manía bipartidista, consiste en desestimar la división de poderes, y apostar a la suma de todos los poderes. Todos los senadores, mal que Menem nos pese, todos los cargos, mal que indignados sindicalistas nos pese, termina construyendo algo que podría denominar síndrome de voracidad republicana. Si del radicalismo no espero nada bueno, si de los Pro espero todo malo, si el kirchnerismo perdió la transversalidad y recuperó la verticalidad: ¿Dónde iremos a parar si se callan las alternativas? A lo que alguna vez llamé “Democratismo de Estado”.
El lema bien podría ser: “Arriba los de Arriba”. Una democracia de fantoches que hacen gala y se visten de gala para disimular su obsceno oportunismo en una envaselinada “evolución política”. Resulta poco digerible o directamente vomitivo que los tres vices del kirchnerismo sean de derechas. Con méritos que nunca los colocaron firmes junto al pueblo. De la misma manera que me encantaría ser católico para sentir el placer de la excomunión, me encantaría ser peronista para hacer tronar el escarmiento ante tanta burla al legado de Evita.
Queda claro que el peronismo ya no será revolucionario, pero el dilema es qué será. Lo siniestro es que los dos top ten de la ciudad dicen que son peronistas. Daniel el travieso colaborando con Grosso, la escuela shopping, Susana Decibe, la ley de Educación Superior, ahora blasfema contra los 90 que lo vieron nacer.
Mauricio el exterminador, sólo debate con el bate de béisbol de TN, aunque admite, pudoroso, que le cuesta debatir, porque para eso es necesario pensar. Y eso para él, es demasiado. Y obviamente, es muy difícil debatir si empezamos creyendo que venimos bien. La única forma de no caer en la trampa de Lanusse y el balotaje reaccionario que inventó, es votar lo mismo en primera y segunda vuelta. Y en todas las vueltas que haya, con minué o con lambada, voy a votar lo mismo. Nunca más votar al menos malo, al que menos roba, al que menos miente, al que menos, al que menos. Yo voy a inventar la segunda vuelta que quiera, no la que la ley electoral mande. El voto es una forma en que los corruptos compran su discreta impunidad. Y confiaré más en la insurrección, digna e indignada, para sacar a cualquiera que desde el alquiler de una Jefatura de Gobierno, pretenda deshacer la voluntad popular. Pero mi voto no lo cambio, no lo condiciono, no lo modifico. Sé que mi reino tampoco es de este mundo.