“Baradero Suena: Crónicas del Rock Local”- Sodio Banda.
SOCIEDAD- CRÓNICAS - CULTURA Y MÚSICA
Existe una pulsión eléctrica que no se explica en los manuales de física, una necesidad de ruido que atraviesa a la juventud argentina desde que los primeros náufragos decidieron que el castellano era el único idioma capaz de traducir el hambre de libertad. Ser joven hoy, en este 2025 de pantallas que encandilan y algoritmos que deciden por nosotros qué debemos amar, es un acto de resistencia silenciosa. O ruidosa. Caminar por las calles de Baradero con menos de veinte años, sintiendo el peso de una funda de guitarra en el hombro, es habitar una grieta en el tiempo. Es entender que, mientras el mundo se acelera en la virtualidad, la verdad sigue estando en el roce del dedo contra la cuerda oxidada y en el olor a encierro de una sala de ensayo. La juventud siempre busca la diversidad, no por un capricho estético, sino porque en la diferencia reside la única posibilidad de futuro. El rock, en ese contexto, deja de ser un género musical para convertirse en un refugio de experimentación, en esa “sal” necesaria para que la realidad no se vuelva insípida.
En el ADN de Baradero, esa “República del Rock” que a veces parece descansar en la nostalgia de sus grandes festivales, ha aparecido un chispazo reactivo que se niega a ser solo un recuerdo. Se llaman Sodio, y su formación es una de esas historias de orillas y encuentros fortuitos que definen la mística local. Valentín Rodríguez e Iara Varela se conocieron entre las teclas de un piano en el Centro Cultural, un espacio de orden que pronto les quedó chico. La génesis fue un posteo de Instagram —el nuevo “baño de La Perla de Once”— donde Iara vendía su bajo. Valentín no buscaba un instrumento, buscaba una cómplice. Así, como quien recluta soldados para una guerra de distorsión, sumaron a Máximo Indaburo en guitarra y finalmente a Coty Noat, a quien Valentín descubrió en el escenario de La Tapera. Apenas la vio pegarle a los parches, supo que el motor de la banda estaba ahí.
Hablé con Valentín sobre el peso de ese nombre. El sodio, en la tabla periódica, es un metal que reacciona de forma violenta al contacto con el agua; es pura energía latente. “Buscábamos algo corto por estética, quería algo con ‘S’ y surgió lo que planteó Maxi. Me di cuenta de que es un nombre que te incita a moverte, a tener chispa. Eso sentía que tenía el sodio y me encantaba. ‘Te hace falta sodio’ podía ser el eslogan, como decirte que te falta chispa”, explica Valentín. En esa definición reside una declaración de principios: en un mundo anestesiado, Sodio viene a proponer una reacción química, un movimiento que rompa la inercia.
Lo que diferencia a estos chicos de la mera repetición generacional es su consciencia histórica. Valentín cita a Rimbaud y a Enrique Symns con la naturalidad de quien busca en los poetas malditos y en los cronistas de la marginalidad una brújula para navegar el presente. El rock para ellos no es una pieza de museo de los años 70. “No hay que hacer cosas de esa época porque no atraés a gente de mi edad, se genera una distancia”, dispara Valentín, y su frase resuena con la misma lucidez con la que Spinetta pedía que “no todo tiempo pasado fue mejor”. Sodio entiende que para que el rock siga siendo peligroso, debe ser joven y debe hablar del mundo que habitamos hoy. Su sonido busca sonidos “raros, modernos o futuristas”, una mezcla de “poética del callejón” con una frescura que intenta despegarse de la distorsión clásica para flashear algo nuevo.
Cuando se encierran a componer, el proceso es visceral. No hay partituras, hay “ranchadas” con guitarra de por medio, letras que hablan de política, de problemas sociales y de esa necesidad de “tocar las tensiones” de la gente. Valentín no quiere ser un entretenedor; quiere ser un narrador de historias que hagan sentir vivo a quien escucha. “Queremos un cambio en el rock, que se renueve, que sea joven y no una repetición, porque si no, no hay crecimiento”, asegura. Esa ambición es el combustible de su autogestión salvaje. Ser independiente hoy es aguantar el peso de los bafles, la falta de presupuesto y la indiferencia de una industria que prefiere lo procesado. Pero ellos encuentran en esa dificultad una “soberanía única”. No hay nada más liberador que no deberle nada a nadie, más que a los propios compañeros de banda.
Sus referentes son guías espirituales: el sonido rockero y las letras visionarias de los Redondos conviven con la irreverencia sensual de Babasónicos. Sin embargo, cuando ejecutan “El pibe de los astilleros”, no lo hacen como un tributo dócil. Lo toman como una bandera de guerra, como una canción para no rendirse. Es el nexo de cuatro pibes que se sienten principiantes pero que crecen a pasos agigantados porque comparten una “conexión enorme”. Antes de subir a escena, no hay cábalas extrañas, solo el ritual de estar juntos, dándose ánimo, recordando que el escenario es el único lugar donde la soledad virtual desaparece para volverse una experiencia colectiva.
Valentín me mira y me deja una frase que condensa la ética de la banda y, quizás, la urgencia de toda una generación que busca salida en los bares y sótanos: “La gente está buscando salida de la claustrofobia de la soledad virtual. A pesar de que hay una moda por la nostalgia, hay personas que apoyan el futuro y la diversidad de la música”. Es una observación sociológica brillante para alguien que aún no llega a los veinte: el rock vuelve a ser ese lugar donde los cuerpos se encuentran para escapar del encierro de la pantalla.
El cierre de nuestra charla no fue una despedida, sino una advertencia. El rock se muere cuando nos volvemos indiferentes a lo que pasa a la vuelta de la esquina, cuando preferimos consumir lo que nos imponen de afuera antes de prestarle el oído al vecino que tiene algo para decir. Valentín es categórico: “Les diría que vivan intensamente, que disfruten el presente, sean curiosos y originen el futuro. Busquen esa sal de vivir, la vida sin estar abierta a experiencias no es rica. Siéntanse vivos, muévanse, que nunca les falte sodio”.
Me voy de la entrevista sintiendo que el rock no es algo que pasó, sino algo que está ocurriendo ahora mismo, en el garaje de al lado, en la habitación de un pibe que no puede dormir si no escribe lo que siente. Sodio es la confirmación de que la juventud no volvió al rock para pedir disculpas, sino para traerlo al presente, para hacerlo sonar en este mundo que hablamos hoy. La música debe ser el eslabón entre el presente y el futuro, y estos chicos están soldando ese eslabón con la pasión de los que saben que, mientras haya alguien dispuesto a enchufar un instrumento, nuestra identidad como baraderenses seguirá a salvo. Subí el volumen, prestá atención y no te quedes quieto. El futuro está sonando ahora mismo, y tiene gusto a sodio.
- Sodio: Radiografía de la Banda
- Alineación:Coty Noat (Batería), Máximo Indaburo (Guitarra), Iara Varela( Bajo y coros), Valentin Rodriguez(Voz).
- Fecha de nacimiento:Agosto de 2024.
RADIO LS2 BARADERO – 2025 -Una producción por Jazmín Abdala

