Muchas veces el enorme Atahualpa Yupanqui se definía a sí mismo con las palabras del título: “Somos cultores de artes perdidas”, significando de esa manera los pocos que se dedicaban a ciertos oficios. Sin dudas que si hacemos un listado de las artes perdidas o, en todo caso, casi por perderse, en esa nómina figuraría el oficio de afilador. Esa fue la razón por la cual nos llamó la atención la presencia de uno de ellos ayer por la mañana, en la esquina de Anchorena y Gallo donde montado en la clásica bicicleta-herramienta, hacía su trabajo.

Julio, tal su nombre, es oriundo de la localidad bonaerense de Moreno, padre de 5 hijos, de los que ayer, día del padre, estaba lejos y recorre en su Fiat Duna casi toda la provincia de Buenos Aires desde hace 25 años, lapso que representa la mitad de su vida. La bicicleta viaja así: el cuadro va atrás y las dos ruedas adelante junto a él.

Las Flores y Tandil saben de su presencia y en esta última ciudad, famosa entre otras cosas por su buen acero para fabricar hojas de cuchillo, nos dijo que si bien hay trabajo, no hay que imaginar que es demasiado ya que los cuchillos están en manos de los paisanos y ellos no son de esperar que venga el afilador para que la hoja corte como debe ser.

En la esquina en que lo entrevistamos también nos contó que el oficio le permite ganarse la vida, aunque para ello debe recorrer grandes distancias y estar alejado de su familia durante días, también nos habló de su ansiedad porque aún, cercano el mediodía, no había recibido el mensaje de su hijo menor por el día del padre. “Hasta las 8 de la noche lo espero, si no me llega vendrá luego el reproche” confesó mientras la piedra sacaba chispas de la hoja del cuchillo que afilaba.

Como todo afilador que se precie, también él llevaba consigo la siringa, instrumento musical de clásico sonido y que en todas partes el oírlo delata la proximidad de un afilador.