Por Silvana Melo (APe).- Levantó los ojos, grandes. Sonrió como incrédulo. La perplejidad le llenó la cara, donde se le cayó el aguacero de lo nunca pensado. “Nada, qué sé yo”. Y se encogió de hombros. A Kuny, 17 años, habitante anónimo del conurbano sur, se le había preguntado por el futuro.
Con un piercing en el labio superior, la piel amarronada, una trenza de hilo en la muñeca, el pelo muy corto y la gorra sobre las orejas, es parte de la multitud que la escuela abandonó en el camino, que se para ante las puertas blindadas del empleo y para quien la vida se detuvo en un hoy desangelado. Turbio y atardecido.
¿500.000, 400.000, 600.000 en la Provincia? Da lo mismo. ¿900.000? ¿Un millón en el país? Es igual. Centenares de miles de pibes fuera de toda agenda. Desterrados y temibles. Todos juntos serían la semilla de la transformación. La rebeldía retoñando en manos nuevas. Pero la historia de estos tiempos les impuso una insurrección individual. La única posible. La de tomar de prepo aquello que le hubiera correspondido si la justicia sembrara un poco en la tierra que le tocó.
Kuny pasa los días como la nada misma. A veces consume algo que le acorte la conciencia. Otras cruza la línea de la legalidad, que para él es un péndulo que viene y va. No se cuestiona lo legal ni lo legítimo. Habla con pocas palabras. Piensa con las mismas. Por eso el futuro no es un concepto complejo. Ni una incertidumbre en las tripas. No es. No existe.
Cristina Fernández celebró la Independencia y aplaudió el regreso de la política a manos juveniles. “Hoy hay millones de jóvenes que se incorporan a la política. Algunos no entienden y nunca entenderán. Se asustan”. El sobresalto es natural: los pibes son sediciosos imputables, corrosivos desmontadores del orden establecido. Y blancos móviles del poder tocado.
Pero el corte transversal sistémico que la dictadura y sus herederos subsidiarios asestaron en la sociedad terminó con las viejas juventudes que confluían en el sueño de nuevos mundos desde las universidades y las fábricas. Kuny surge como centenares de miles más desde la marginalidad y el destierro y puebla los centros de las ciudades y las esquinas del paco. Camina en grupos, aparece con la capucha del buzo tapándole la cabeza y todos cruzan cuando lo ven venir. Se ríe fuerte y cuando se sientan en la vereda aparece la Gendarmería. Lo expulsan una y mil veces. Pero se va y vuelve. Siempre vuelve. Ellos son los temidos hoy. Kuny es temible. Aun con la sonrisa blanca que de vez en cuando le aparece un poco.
No asustan hoy otros jóvenes que tuvieron mejor suerte. Que nacieron en otras cunas. Que no sufrieron el peso de la garrafa en la bicicleta o el boquete en el techo en pleno invierno. Que cultivan la rebeldía correcta en despachos oficiales. O en candidaturas digitadas. Ninguno de ellos lleva la revuelta en las piernas ni la revolución en el paso siguiente.
“Estos jóvenes no vienen con las manos cargadas de piedras sino con ilusiones”, definió la Presidente. Hay otros que llevan los pulmones y la espalda cargados de piedras. Invisibles hasta que aparecen muertos o en las comisarías. Sin más ilusiones que acabar con ese día. Y tal vez comenzar otro, pero ése está demasiado lejos. Confinados, con el futuro arrancado de cuajo. Con la esperanza recortada a un mínimo instante.
No son los jóvenes presidenciales los que irritan al poder. Porque forman parte del poder. Para Kuny el futuro no existe. Ellos tienen el mañana rentado. Kuny es el destierro que de vez en vez se trepa a las rejas de un mundo ajeno. Ellos son los que, cualquier día de éstos, le mandarán la policía.