Para pensar juntos: Amor, humor y perdón.

Muchos se preguntan: ¿es posible ser feliz? Todos sueñan con amar y ser amados, ser tenidos en cuenta. Partamos del diálogo, que nos lleva a conocer al otro. Concretamente, ¿por qué tantos conflictos en la familias? Todos tenemos nuestros momentos negativos. Debemos evitar los roces con los que nos rodean y en especial en la familia, con los seres queridos, con los amigos.

Las respuestas violentas, desatan tormentas, “Para decirlo -escribe Espin- siempre tengo tiempo; para callarlo, no”. Y San Pablo escribiendo a la comunidad de Efeso, les recomendaba: “Condúzcanse ustedes con amor, así como Cristo nos amó” (Ef. 5,2). Cuando cada uno cree tener la razón, entonces habrá que utilizar el sentido del humor. En una oportunidad escuché que “la vida se ha de tomar con amor y con humor: con amor para comprenderla y con humor para soportarla”. Ciertamente el humor puede evitar o desviar una discusión. Una cuota de buen humor disminuye las tensiones e ilumina el panorama, ayudándonos a verificar lo absurdo de tantas peleas, aclarándonos que uno mismo es parte activa en ese conflicto. En la carta de San Pablo a los Tesalonicenses nos recomienda: “Estén siempre alegres y contentos”.

Toda persona merece respeto, lo que significa que hay que valorar su dignidad humana. Debemos aceptar a los otros como son, respetando y teniendo en cuenta sus sentimientos. Ser honestos, no engañar a nadie, no mentir, ni a un niño.

Debemos distinguirnos, apreciando lo que realizan los demás, alegrándonos con sus triunfos. Así mismo, valorar los esfuerzos que hacen el resto de la familia. Por ejemplo, felicitar por una comida apetitosa, o por el orden que apreciamos en el hogar. Son pequeños detalles que animan y ayudan a la convivencia.

¡Cuánto cuesta perdonar! Qué lindo aprender en familia a disculparse, por las impaciencias o por sentirse herido a la hora de ser corregido. Además es importante liberarse del rencor, de la envidia que tanto daña.

La vida familiar tiene sus tensiones grandes o pequeñas. Pero qué importante educarnos para el perdón que sana y rejuvenece. “Sean misericordiosos, como nuestro padre del Cielo es misericordioso. Perdonen y serán perdonados”. (Lucas 6,36)

Muchas veces hemos escuchado: “La familia que reza unida, permanece unida”. ¿Dios tiene un lugarcito en nuestro hogar, o lo hemos canjeado por la televisión u otro artefacto sofisticado, de onda? Siempre me inquietó un versículo del libro de los Salmos: “Si el Señor no construye la casa, inútilmente trabajan los albañiles” (Salmos 127,1). ¿Está el Señor entre nosotros?

Qué hermoso tener unos minutos cada día, para rezar juntos, en familia. Leer y meditar en algún momento de la jornada, un párrafo de la Biblia o inspirarnos en algún libro que anime espiritualmente a los componentes del hogar. Esos encuentros nos dan fuerzas e iluminan nuestro caminar, y no cabe duda que nos orientarán a la hora de la prueba.

Cultivemos el amor que nos invita a purificarnos de todo egoísmo que empobrece. La mayoría de los enfrentamientos entre esposos, o entre padres e hijos, se debe a que sobra calle y falta calor de hogar, sobran palabras y falta el silencio oportuno, el diálogo sincero; sobra el ruido estremecedor, cual sonajero engañoso, y falta oración y encuentro familiar con el Creador. El humor debe tener un lugar destacado en las horas de familia.

El humor sana, quita tensiones y hace agradables los días. En la vida todos pasamos momentos desagradables. Demos lugar al perdón y a la reconciliación. El recurso de la bondad, el perdón, el diálogo o el silencio oportuno, suavizan las cosas. Con el aporte y presencia de cada uno es posible ser feliz en familia.

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