Para pensar juntos: Cambio de ojos

Una historia que nos enseña a cambiar nuestro necio corazón.

Un día un científico había encontrado la manera de realizar transplantes de córneas, a partir de unas síntesis de ADN, de manera que los ciegos podrían ver.

Este hombre era un poco extraño y amaba por igual a los animales que a las personas; por ello, sus investigaciones entrelazaban los zoológico y lo antropológico.

Después de haber anotado cuidadosamente sus hallazgos en una bitácora médica, que suponía largas y agotadores jornadas de investigación e interminables noches de insomnio, el científico quedo vencido por el sueño sobre su escritorio.

El doctor escuchó que tocaban a su puerta, se levantó y abrió la puerta. No había nadie. Nadie de su tamaño, pero había alguien.¿Quién? Una hormiga, apoyada sobre su bastón.

La hormiga le dijo:

– “Por favor, dicen mis amigas que usted puede devolverme la vista, y estoy aquí dispuesta a que me opere para poder ver”.

El científico sorprendido se dispuso a operar, cuando escuchó de nuevo que tocaban la puerta. Se dirigió a ella y era un hombre que había perdido la vista en una guerra. Este le dijo:

– “Me he enterado que usted a logrado realizar trasplantes de córnea y que incluso a logrado poner ojos de animales a los hombres, así que estoy a sus pies implorando que me opere y me regrese la visión”.

El doctor lo hizo pasar al quirófano junto a la hormiga ya anestesiada. Intervino a ambos, y esperó los resultados. Al despertar la hormiga, pego un grito de emoción:

– “Puedo ver, puedo ver ¡Milagro! ¡Milagro! Y emocionada saltó de la camilla y cogió camino.

Luego despertó el hombre y grito:

– “¡Oh, Dios mío, puedo ver, era cierto, era cierto! Se dirigió a la puerta y salió emocionado.

El doctor sintió que había hecho una buena obra y descansó. Al cabo de unos días, un tropel de hormigas amenazaba con destruir su laboratorio y una familia enfurecida amenazaba con demandarlo. ¿Qué había sucedido?

La reina de las hormigas dijo:

– Permítame agradecerle doctor lo que realizó en mi hija, ella es la heredera al trono, pero queremos que le regrese su ceguera. Desde que regresó, mira con ojos de gigante. Ve gigantes los defectos de sus hermanos y hermanas, me desprecia y me considera una madre despreciable, digna de reproche por mis limitaciones; ve a su pueblo con ojos desproporcionados, en ellos sólo ve quejas, flojeras, malas intenciones, traiciones, ambiciones y eso la ha llenado de amargura, de desprecio por los demás y por la vida, regrésenosla ciega por favor.

Por su parte, la familia del hombre le dijo:

– Por favor, denos a nuestro hermano nuevamente ciego, desde que regreso, todo lo ve pequeño, se a llenado de arrogancia, de ingratitud, de engreimiento y soberbia altanera. Para él no significa nada el tiempo que le cuidamos, ve relativo y pequeño el que su padre se despulmone trabajando para que él estudie, se vista y coma. Para él no significa nada que su madre deje escapar la vida día a día por lavarle su ropa, alistar sus camisas, tener a tiempo la comida en la mesa. El amor, la amistad, el perdón, todo eso es pequeño, es ínfimo, es relativo; ¡Dénoslo ciego, por favor, regrésenoslo ciego!

El científico se propuso investigar lo que había hecho, creyó que se habían contaminados sus muestras de ADN de hormiga, con las de ADN humano. El doctor hizo un hallazgo sorprendentemente aterrador. La contaminación de ADN no fue en su laboratorio, fue miles de años atrás, en el gran laboratorio de la vida.

Los hombres quisieron ser lo último, quisieron ser Dios. Desde entonces, tienen una tendencia defectuosa en su visión, ella agiganta los defectos de los semejantes, ve enorme los defectos y gigantes los vicios de los demás; a ese problema le llamó gigantismo miópico, ya que de cerca sólo ve lo malo de las personas y lo bueno lo ve turbio distante o no lo ve.

La tendencia de ver pequeño todo lo bueno, y relativo todo lo noble de las personas y empequeñecer las virtudes y cualidades, la llamó hipermetropía hormiguista, ya que de largo ve bien los defectos ajenos y aunque tenga pegados a sus narices lo bueno, no lo logra distinguir, ver ni valorar.

Dos defectos en una misma córnea. El doctor descubrió que se necesita más que una cornea para que el ser humano vea bien: ¡Necesita un cambio en la manera de ver! Y esa operación exige un cambio de corazón, y esa operación sólo Dios la hace.

Entonces, ¿cuántos ciegos tocan a su puerta?