Por Silvana Melo (APe).- (Hace demasiado frío en este lugar) El olor de choripanes y frituras, el tránsito loco de la avenida, el tumulto de la salida a Avellaneda por el Puente Pueyrredón. Nueve años no cambian los azares cotidianos ni la desvida de los otros.
(Sigo caminando por este inmenso pasillo) Pero la estación Avellaneda no es la misma. Ya no es su nombre ni su cara. Ni su color. No se va más el olor de la sangre. La pulsión de la muerte. El vacío de lo injusto. La estación es Darío y Maxi. Sus siluetas puestas en todas las paredes. Y los pasos de miles de todos los días dejando su huella de va y viene en el punto exacto donde Darío le tomó el pulso a Maximilano Kosteki segundos antes de que lo fusilaran.
(Tengo mucho frío, sin embargo mi sangre hierve fluyendo por mis venas). Nueve años y no cambió la justicia ni la injusticia. Mientras en la noche helada del sábado 25 de junio se encendían las antorchas en Pavón, puñados de dirigentes se devoraban las uñas tratando de colgar su nombre en una lista. Eduardo Duhalde llamaba de urgencia a un amigo que le cubriera la candidatura en la Provincia que Graciela Camaño abandonó de un portazo. Su cara en los afiches no cambió. Sus promesas de no volver. Y sus cíclicos regresos. La sangre de Darío y Maxi en su despacho de la Rosada. Su insolencia de pontificar sobre lo que hay que hacer. La memoria es una bandera que se deshilacha. La escarcha que se licua ante el primer sol.
(Ya desesperado sin hallar la salida de este eterno laberinto). Nada cambió en nueve años. Ni la des-justicia que se devora los corazones rebeldes, ni el olor cenagoso de los andenes. Sólo la estación cambió. En los pasillos esperan el paso de un tren imposible los muertos de este tiempo. Fuentealba, Arruga, Lepratti, López, Ferreyra, Darío y Maxi. Solos y tan juntos despachan boletos, escriben las paredes, vocean los diarios, juegan un picadito en la entrada, despiertan a los pibes que duermen en los corredores, les avisan si viene la yuta, les lavan la cara y les peinan con los dedos el pelo duro fileteado de manzanilla. Después se toman un mate simple, esperando que pase la Justicia y les guiñe un ojo y festejen que los vio, que por fin los vio, que de una vez los vio.
(Las bestias me persiguen y ya comencé a desangrar). Entonces Maxi retocará el poema en la pared, a la izquierda según se entra en la estación nueva, en la estación que es otra, y ya no le pondrán las piernas hacia arriba para que la sangre se le vaya entera y baje por Pavón hasta la historia. Entonces tendrá las piernas listas y ya no hará frío y habrá hilo de sobra para tejer la vida nueva.